miércoles, 28 de diciembre de 2016

Déjame contarte que...

En días como hoy, 27/12/16 me pregunto por qué salí de mi tierra. Desde que volé todo ha sido un continuo ir y venir de temeridades. Aún hoy en la que espero que sea mi ciudad definitiva, sentada frente al ordenador de mi trabajo, me siguen sorprendiendo las reacciones de mi propio corazón frente a cosas que se supone ya debería haber aprendido la lección. Con una bolsa de ositos de gominola y espaciando las gestiones que me quedan por pereza, se me inunda la cabeza de cuestiones sin  resolver.

Tengo dos salas más allá al que creía que sería un buen compañero de viaje para algún tiempo de momento. Con las fisios de rehabilitación masajeandole la mano durante media hora, no me siento incómoda pero sí rabiosa, por la actitud de bopilaridad que está teniendo desde el momento cero y hasta ahora.  Una tarde de Lunes más o menos tranquila y normal con burradas y palomitas en el cine y a las horas, un no sé qué quiero.

¿Te puede creer que por un momento pensé gustarle? Pero me hizo sentir anoche como hacía años nadie lo hacía. De esa manera sucia y artificial, con esa inseguridad que ya creí superar por como soy o por como me ven.

De ello crecen miles de raíces al subsuelo de los antepasados de mis colores oscuros en la sombra de la edad dificultosa por la que pasé sin hacer ruido pero que dejó huella.  ¿Cómo alguien puede hacer resurgir cosas que quedaban en algún rincón de la inmensidad?

Pues así de esta manera tan repentina, como surge todo, tanto lo bueno y bonito como lo malo y odioso. Llega una persona en el momento que menos esperas, lo pone todo patas arriba y aunque en ocasiones es para algo positivo, en este caso ha sido para desbaratarme y dejarme tocada (pero no hundida) por pasar tiempo de mi tiempo dándole mi confianza y algún que otro sentimiento.

Hacia afuera intento que me noten lo menos posible que todo esto me ha afectado un poco más de lo que debería y esperaba; de momento estoy haciéndolo bien, pero tengo presente en todo momento lo que hiere y me escuece.  Creí que sería un regalo para curar una herida abierta, pero lo que ha hecho sin yo verlo venir, ha sido abrir otra al lado de la que ya había.

Soy consciente de que lo ocasioné yo, pero no quería que fuese este el resultado.

¿Conoces esa cafetería que hay en la calle donde encienden los arboles a partir de las 19h? Pues allí me gusta sentarme a ver pasar gente con un latte bien caliente con los auriculares puestos y escuchando mis instrumentales. Te lo cuento porque hoy es una de esas tardes que daría lo que fuera por no estar aquí en esta silla dura con respaldo reclinable y pasarla allí en una silla más o menos cómoda pero con ese café y con mi música. Necesito volver a encontrar todo en lo que creí alguna vez.

¿Te acuerdas cuando fluía sin casi ambientarlo? Aquello era bonito y profundo. Mis palabras salían estuviese donde estuviese y solo hacía falta sacar mi libreta con 4 hojas para escribir la frase que luego daría lugar a grandes obras de mi era contemporánea.

Ahora el hastío hace que necesite no solo ambientar, sino tiempo que no tengo y sensación de plenitud que ya no sé donde está y sosiego que ni conozco.

Echo en falta mis gafas de escribir, mi taza de nunca dejes de sonreír, mis velas interminables con aroma a casa y mi manta azul de sofá que me ha acompañado a todos mis destinos por el mundo. Todo ese conjunto hacía mi receta perfecta. Palabras sinceras, con sentimiento, delicadas y con motivo.

¿Es navidad? ¡Es navidad! Ahora lo pongo entre interrogantes y antes lo decía con exclamación. Amaba sentir el frío, sacar mi lana, sacar mis botas y abrigos y que la nariz no dejase nunca de ponerse roja del frío, sin a penas sentir. Amaba ir a buscar el árbol con mi padre una semana antes para dedicarme en cuerpo y alma a sus adornos, para que fuese distinto del  que fue el año anterior. Y he pasado de ser el alma en casa de la navidad a la ausencia de todo motivo por el que celebrarla. No hay ni cualquier resquicio de guirnaldas en el que ahora es mi sitio de paso para dormir, ¿casa, se llama no? Pues eso, mi “casa”. Que ni es mía ni la siento como casa.

¿Cómo fui capaz de tirar todo por la borda hace menos de un mes? Pues sí, de la manera más estúpida que hay, por pruebas que te pone el universo para asegurarte de estar en el camino indicado o estar haciendo lo correcto. Pero no me sentí ni en camino ni en correcto acuerdo con mis convicciones.

Ahora evidentemente lo veo de distinto modo, pero en aquel momento, todo parecía nulo, nada sumaba, todo a mi alrededor restaba; por ello ahora no somos tres en proyecto de cuatro. Ahora no hay somos, ahora hay nada más un yo.